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El cine ruso vuelve a ser social

- Los cineastas rusos, ¿vuelven a ser “sociales”? Si hay que juzgar por las dos películas rusas presentadas este año en el festival de Berlín, parece que estamos ante un cambio generacional que presagia la segunda revolución rusa. Se trata de “Za Marksa” (A favor de Marx), de la directora Svetlana Báskova (Moscú, 1965). Su película es una comedia sobre la formación de los nuevos sindicatos independientes en Rusia.
“Para devolver la dignidad a la gente, hay que asustar al poder”, dice Báskova. El título de su película delata lecturas de Althusser (Pour Marx), explica el productor e intelectual orgánico de la obra, Anatolii Osmolovski, según el cual el objetivo de la película es “devolver el debido respeto a la clase obrera”.
La intelligentsia rusa le hizo la cama a la restauración capitalista de Boris Yeltsin en los años noventa. Ahora los nietos de los estalinistas y los hijos de los oportunistas se rebelan contra su legado. Aún no son “narodnikis”, pero comienzan a “ir al pueblo”, como hicieron aquellos en el XIX. Báskova dice haber recorrido muchas fábricas y localidades de provincia, asistiendo a muchas asambleas obreras. De ahí sacó a sus personajes, líderes obreros aún con cierta cultura soviética, que son eliminados físicamente por sus patrones si se atreven a desafiar el estado de cosas. Con Yeltsin querían que Rusia fuera “como allá”, siendo “allá”, Suecia, Alemania o Estados Unidos, pero resultó que el “allá” verdadero se parecía mucho más a México y el Brasil de antes, con muy poco estado de derecho y muchos muertos en las cunetas por exigirlo.
“El ser determina la conciencia”, dijo Marx, y he aquí, que al calor de la nueva realidad social rusa, de flagrante injusticia, de abuso, corrupción y violencia, una nueva generación de cineastas llega a la conclusión que sus abuelos abrazaron: “el arte es el fundamento de la protesta política”, dice Osmolovski.
La otra película de este despertar social ruso ha sido “Dólgaya Schastlívaya Zhizn” (Una larga y feliz vida) de Boris Jlébnikov (Moscú, 1972). Y estamos en lo mismo: el joven administrador de lo que queda de un koljoz, una granja cooperativa, se enfrenta a la corrupción, un drama rural de clara lectura social. Se confirma que algo está cambiando en Rusia.
En la vieja Europa occidental atravesada por la crisis ha sido el británico Ken Loach quien ha traído a Berlín la necesaria memoria de los orígenes del Welfare State con su película documental fuera de concurso, El espíritu del 45. Cuando ideólogos de la actual involución, como el Presidente del BCE, Mario Draghi o la canciller Angela Merkel, abogan o propician, respectivamente, su desmantelamiento, Ken Loach recuerda su génesis histórica.
Al regreso de la guerra, la nación británica tenía claro que no quería volver al país de los años 30, un panorama de pobreza, desempleo y estricto clasismo. Por eso se dio la victoria a los laboristas y se iniciaron las nacionalizaciones de los sectores clave, transporte minería, energía, y se instauró el sistema de seguridad social. Sobre esas bases se levantaron los “treinta gloriosos”: las mejores tres décadas de la historia moderna europea. Loach regresa a aquella época con un documental, que debería ser obligatorio en colegios.
La película recuerda cómo surgió, con qué ideas de solidaridad y justicia social, lo que ahora se recorta. La intención del director es clara: contribuir a alertar sobre los derechos socio-laborales que ahora se restan en una época en la que, como dice uno de los sindicalistas entrevistados, “el capitalismo está maltrecho, pero su ideología triunfa”.


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